El viento transmite el sonido de las hojas
trepando la roca.

Es la voz de un indómito pueblo

por miles de estrellas protegida.

(Rayen Kvyeh)

viernes, 3 de diciembre de 2010

La óptica de la derecha: entre reconocer para eliminar y desconocer para lucrar

La carretera de la historia republicana chilena tiene distintas direcciones. Unas pistas conducen en un sentido y las otras, en el sentido inversamente opuesto. Por la vía que transita hacia la derecha han pasado distintos discursos teñidos de colores que varían del conservadurismo latifundista al liberalismo mercantil – modernizador. La ideología que entrañan, se trasluce en la postura que han tenido sobre los temas mapuches – o “araucanos”.

Para graficar lo que significó la “expansión territorial del Chile Central”, José Bengoa (1985) transcribe una editorial de El Ferrocarril, publicada el 10 de abril de 1881: “La campaña del norte fue para contestar al reto de muerte lanzado contra Chile por dos pueblos que, llamándose hermanos, habían en secreto suscrito un pacto de ignominia, amenazando así nuestra integridad territorial. La campaña del sur es un dique a las devastaciones de los indígenas, logrando someter a la civilización a los que tienen estacionario y sin vuelo al comercio del sur, fuente inagotable de riquezas para el país y para la humanidad. La primera tendió a hacer cesar la envidia y la mentira y la segunda es para llevar a luz al caos que se llama Araucanía” (p. 283).

Esta editorial es una muy buena muestra del significado que un sector influyente de la sociedad le asignó a la “Pacificación de la Araucanía”. La Guerra del Pacífico estaba en la memoria más inmediata y los recuerdos eran sólidos argumentos para ensalzar el sentimiento de superioridad, para insuflar la sensación de triunfo y consolidar la argamasa de la nación chilena. Devela con nitidez la idea que tenían de los Mapuche: un pueblo tan ajeno como lo podrían haber sido Perú y Bolivia. Es otro enemigo externo que amenaza el progreso de Chile, quizá no por lo que hace (el “pacto de ignominia”) sino por lo que obstaculiza (el comercio). Aún cuando sea para eliminar el control que tienen sobre el apetecido territorio, este discurso reconoce en los Mapuche la calidad de un otro ante el que debe enfrentarse.

Veinte años más tarde, Francisco Antonio Encina (1911) describía el ánimo de irrefrenable progreso que envolvió la campaña del sur: “La introducción del riel y del telégrafo, el desarrollo de la instrucción pública, el contacto más intenso y frecuente con Europa, la adquisición del salitre; y, sobre todo, la consolidación del orden, son factores de tal entidad en un pueblo nuevo, que una expansión más rápida y vigorosa debió ser su consecuencia ineludible” (p.20). Tecnología, desarrollo, cultura, orden, rapidez, vigor son características apetecidas para el “pueblo nuevo” que empezaba a emerger. Cabe destacarse la mención a la “consolidación del orden”, la campaña de la Pacificación fue lo que trajo la “luz al caos” del que hablaba el periódico. La antinomia es orden v/ caos.

El mismo Encina (1911), para explicar la inferioridad económica de Chile, alude, no a la contingencia del mercado ni a las políticas de los gobiernos de la época, sino a que “nuestra raza, en parte por herencia, en parte por el grado relativamente atrasado de su evolución y en parte por la detestable e inadecuada enseñanza que recibe, vigorosa en la guerra y medianamente apta para las faenas agrícolas, carece de todas las condiciones que exige al vida industrial” (p.32). Explica, asimismo, que el mestizo chileno desciende de progenitores con una psicología económica rudimentaria. Por una parte, se encuentra un español especialmente belicoso, más que los afincados en otros países de América y, por otra, el araucano “que no había salida de la barbarie, no sólo tenía invencible repugnancia al trabajo, sino que aún no había desenvuelto las aptitudes que lo hacen posible (p. 167). “En Chile, el conquistador español se cruzó con el aborigen que aún no había salido de la edad de piedra. Y sobre ser mucho mayor la distancia de civilización entre estos elementos (…) las capas de depositaron de una forma sumamente desfavorable para la endosmosis social. Arriba quedó el español puro y en seguida vino el mestizo en gama descendente para la sangre española hasta concluir en el aborigen puro”. (p. 98)

Desde esta óptica evolucionista también hay un reconocimiento del “aborigen”, en tanto es un antepasado imposible de eludir. No es algo externo que deba ser dominado; el mapuche es el ancestro primitivo y bárbaro que irremediablemente se lleva en la sangre y es causante del retraso del país. Como una discapacidad que se conoce muy bien, pero que entorpece la vida, el mapuche es un pasado a superar. Es evidente el afán de lucro que, desde una lógica occidental del progreso, moviliza la nación chilena que se está gestando.

Ambos casos se asimilan en que reconocen la existencia del pueblo mapuche. Existe o existió un conflicto porque hay otro con quien confrontarse. Es justamente este punto el que marca la diferencia con lo que Bengoa (2004) llama la “negación del ser mapuche”. Según este autor, ya en los primeros años de la República, se desconoce a los Mapuche como un pueblo independiente. La Constitución de 1822 no hace ninguna mención a los indígenas, simplemente eran todos chilenos aunque los relega al nivel de ciudadanos de segunda categoría por no cumplir con el requisito mínimo de saber leer y escribir.

Esta variante del discurso es la que reaparece en las políticas del gobierno militar de Pinochet. Gabriel Salazar (2003) explica el trasfondo ideológico de la “contrarreforma agraria” en el territorio Mapuche. Cita a un ministro de la época quien declaró que “en Chile no hay indígenas, son todos chilenos” (p. 165). Efectivamente, facultar a cualquier miembro de la comunidad a solicitar la división de la tierra, fue una forma de negar la concepción indígena de propiedad comunitaria. Es la misma perspectiva que lleva a Sergio Villalobos (2009) a decir que “quienes se dicen “mapuches” no son indígenas, sino mestizos generados en un transcurso que se inició con los conquistadores y prosiguió hasta el día de hoy con los chilenos”. Esta alternativa opta simplemente por el desconocimiento. El mapuche no es un extranjero a dominar, ni un ancestro; el mapuche - como miembro de un pueblo indígena - no existe, por lo tanto, no hay nada que negociar.

La última huelga de hambre fue otra ocasión para que rebrotara la lógica del desconocimiento. Mientras los huelguistas exigían parlamentar sobre la aplicación de la ley antiterrorista, el Gobierno ofrecía una mesa de diálogo en el cerro Ñielol para tratar una lista de temas en las que obviaba dicho asunto.

Referencias:
Bengoa, J. (1985). Historia del pueblo mapuche (siglo XIX y XX). Santiago: Ed. Sur.
Bengoa, J. (2004). La memoria olvidada: historia de los pueblos indígenas de Chile. Santiago: Cuadernos Bicentenario.
Encina, F. (1911). Nuestra inferioridad económica: sus causas y consecuencias. Santiago: Ed. Universitaria. 3ª ed. 1972.
Salazar, G. – Pinto, J. (2003). Historia contemporánea de Chile II: Actores, identidades y movimiento. Santiago: LOM.
Villalobos, S. (2009, agosto 30). Falsedades sobre la Araucanía. El Mercurio, p. D19.

No hay comentarios:

Publicar un comentario